En un viaje que hice a la isla de coche ubicada en el estado Nueva Esparta-Venezuela, hice un pequeño recorrido en un autobús que lleva turistas por varios lugares de la isla hasta llegar a un sector desolado, árido, con una tierra de color rojizo, algo arcillosa.
Al detenerse el autobús se observa un kiosco que esta cerrado y, a su lado, un pequeño rancho, descuidado y maltratado por el tiempo. El lugar es llamado La Piedra del Elefante, debido a que desde el borde del risco y viendo hacia la playa, existe una formación rocosa que los lugareños dicen se asemeja a la cabeza de un elefante, yo tuve que utilizar mucha imaginación para poder verla de esa manera. Al momento de bajar del autobús me abordaron varios niños, que ofrecían un sinfín de cosas: conchas de mar, estrellas ya secas, caracoles y otros objetos. No tardaron en revelar su verdadera intención que era vender otros artículos de mayor valor, tales como: perlas, nácar y artesanías del lugar.
En este grupo de niños se encontraba María, la mayor de todos. No era la primera en abordar a la gente, pero sí la más hábil. Luego de intentar, sin éxito, venderme una perla, me puse a charlar con ella. Me contó que hacían eso para poder subsistir y ayudar a su familia. “Yo quiero ser doctora” dijo, “también veterinaria”, acotó después.
Yo estudio por las mañanas y vengo acá por las tardes a trabajar, no todos los días, solo de miércoles a domingo.
Su carácter alegre, simpático y muy extrovertido, llevó a que el resto de los niños se acercara a nosotros mientras conversábamos.
Su carácter alegre, simpático y muy extrovertido, llevó a que el resto de los niños se acercara a nosotros mientras conversábamos.