Aunque geográficamente no sea así, para mí, las dos estructuras conocidas como las torres de Parque Central dividen a la parroquia en norte y sur. Por ahora solo conozco su parte más austral: la que está pegadita al gigante de agua que separa a Caracas en dos, una en donde las cabinas de su teleférico pintan sombras sobre las casas, una que huele a música donde encuentras personas con sonrisas en sus rostros que te dan la mano sin importar de dónde vengas, ansiosos por hacer que te sientas bien, que disfrutes de cada espacio y lugar que tienen para brindarte.

En sus calles puedes ver niños que todavía juegan a la pelota, que andan en bicicleta, que corren y juegan a la ere, que se esconden para que sus amigos los encuentren. Ves una niñez como lo que uno tuvo, no ves play´s, gameboy´s, ni celulares; ves metras, trompos, palos de escobas convertidos en bates de béisbol y chapas de botellas de refrescos convertidas en pelotas Spalding que son lanzadas como si estuvieran en el estadio universitario. De cuando en cuando uno se detiene para beber una cerveza, de esas con gusto a frío, o un cocuy de aquellos a los que hay que tenerle respeto. Llevo muchos años fotografiando en diversos lugares, sin embargo, nunca había encontrado uno como esta parroquia donde la gente pide tanto: “una foto por favor”, para la cual, posan cada vez más relajados y con mejor humor, o como me ocurrió hace unas semanas cuando pasé por uno de los sitios que ya he recorrido y me dijeron: “¿Epa, disculpa, hoy no me vas a tomar mi foto?”

Puedes entrar a La Tasquita, creo que nunca pregunté su nombre, pero ahí podrás elegir entre ver partidos de bolas criollas en vivo y directo, conversar con los comensales, tomar una cerveza o echar un pie. Y al salir de ella, te encontrarás con una peatonal donde verás a los futuros talentos del basketball, gente conversando y hasta un grupo de amigos haciendo una parrilla, así como también señoras que venden verduras y hortalizas.

No muy lejos, en el pasaje 8, está una casita con sus dos ventanas siempre abiertas, de las cuales sale un olor a música, baile y alegría. Si tienes suerte y vas un día que estén haciendo sopa, no te muevas y ¡pide, ruega, implora para que te den! ¡Es exquisita! También hacen unos dulces con plátano que valen la pena y el Cocuy que producen, es una maravilla. Si pasas, pregunta por Emilio. Describirlo es fácil, simplemente di: “San Agustín”. Esas dos palabras comprenden lo que es él, su esencia. Él te puede enseñar todo lo que esa parroquia es, fue y será.

Para terminar el recorrido, a dos cuadras tienes el teatro Alameda, más que un teatro es un lugar de encuentro cultural y, justo al lado, hay un barcito-café donde provoca quedarse sentado por largo tiempo viendo y respirando San Agustín.